Por Ing. Omar Carreón Abud
No hay ninguna razón para pensar que el año que comienza será mejor que el año que ha terminado. En un momento de la historia de la humanidad en el que se produce mucha más riqueza que nunca antes, mucho más rápido y con mucho menos trabajo invertido, las grandes masas trabajadoras viven y seguirán viviendo sumidas en la injusticia y el abuso en todas sus formas y en la pobreza y la miseria más sobrecogedoras. No será porque no haya satisfactores para hacer la vida más llevadera, alimentos nutritivos, materiales para vestidos o para viviendas, medicinas o tratamientos para enfermedades simples o complicadas y raras, sino porque todo ello seguirá estando en cantidades absurdas en manos y para el servicio exclusivo de exiguas minorías que para continuar disfrutando sus privilegios seguirán desatando y sosteniendo guerras homicidas, ideológicas, económicas y de otros tipos. El astrofísico británico Stephen Hawking sostiene que, “si las máquinas producen todo lo que necesitamos, el resultado dependerá de cómo se distribuyen las cosas, todo el mundo podrá disfrutar de una vida de lujo ociosa si la riqueza producida por las máquinas es compartida, o la mayoría de la gente puede acabar siendo miserablemente pobre si los propietarios de las máquinas cabildean con éxito contra la redistribución de la riqueza; hasta ahora, la tendencia parece ser hacia la segunda opción con la tecnología provocando cada vez mayor desigualdad”. El magnate Warren Buffett, por su parte, más cínico que otros magnates, confesó en 2011: “De hecho, ha habido una lucha de clases durante los últimos 20 años y mi clase ha ganado”.
Aunque a las grandes masas de pobres de nada les sirve si no hay reparto de la riqueza, consigno que la economía mexicana –otra vez- va a tener un crecimiento muy raquítico, alrededor del 2.4 por ciento que es el que ha venido teniendo en los últimos años. Nada hay en el horizonte, ningún cambio efectivo de política económica que permita hacerse ilusiones de que la economía mexicana se volverá una economía poderosa y justa. Nada. Esto no quiere decir que en los próximos días no se nos vuelva a acosar con propaganda acerca de las bondades inmensas de la nueva medida mágica para crecer y desarrollarnos: el Acuerdo de Asociación Transpacífico, tratado que en realidad transformará al país entero en mucho más dependiente de lo que ya es en la actualidad (es tan pernicioso el AAT que un posible debate sobre sus devastadores efectos ya se tapa con un debate oficial sobre el uso de la mariguana, con un teatro intrascendente e indignante ante los grandes problemas nacionales).
Ildefonso Guajardo, el secretario de Economía, ya anunció que el acuerdo puede firmarse en la primera semana de febrero para posteriormente pasar a aprobarse en lo general en el Senado y luego proceder a instrumentar las adecuaciones correspondientes sólo mediante decretos y regulaciones administrativas y no mediante cambios en la ley que impliquen la intervención de la Cámara de Diputados. ¡Un acuerdo que tiene todo que ver con la soberanía nacional! México no tiene ninguna posibilidad de competir con los siete países de Asia y Oceanía que ya forman parte del Acuerdo Transpacífico y con ellos ha acumulado un déficit comercial de 293 mil millones de dólares en los últimos 25 años. En este período, México ha celebrado tratados comerciales con 46 países y la participación del país en el PIB mundial, en las exportaciones globales y en la captación de inversión extranjera directa, han disminuido en lugar de aumentar.
Mientras tanto y para agravar en lo inmediato la carga del pueblo, el gasto público en general, el que de alguna manera fomenta el empleo y, en particular, el gasto social que atenúa la pobreza, serán este año sensiblemente menores que el año anterior. Ya lo son; empiezan a formar legión los funcionarios de todas las entidades y partidos del país que responden a los reclamos ciudadanos de obras y servicios públicos, diciendo que no hay recursos, que no hay y que no hay (aunque esto no incluye, por supuesto, ni su quincena ni sus prestaciones ni sus viáticos). No hay suficientes recursos porque: a) la clase dominante, o sea, quienes concentran el grueso de la riqueza nacional, no quieren pagar más impuestos para financiar al Estado; b) porque para las clases más necesitadas sólo se destina el 13 por ciento del gasto público (dato aportado por Enrique Peña Nieto en su libro “México: La gran esperanza”) y, c) porque existe una corrupción endemoniada cuyo pálido reflejo son los pleitos a muerte que se arman entre los políticos para detentar y conservar el poder.
Durante muchos años, la resistencia de la clase dominante a financiar al Estado se evadió tomando dinero de las ventas del petróleo, pero ante la caída de sus precios internacionales, esto es ya imposible, el barril de petróleo nacional bajó de 45.45 dólares al cierre de 2014 (había llegado a estar por arriba de los 100 dólares), a 26.93 al 30 de diciembre de 2015, lo que representó un desplome anual de 18.52 dólares, equivalentes al 40.7%. El precio promedio de 2015 fue de 44.4 dólares, la mitad de las 87.6 unidades registradas en 2014 y se prevé que la cotización siga baja debido a la sobreoferta que hay en el mercado, ante la inminente entrada al mercado de la producción iraní y ante la posibilidad nada remota de que Estados Unidos exporte crudo. En fin, hasta noviembre de 2015, el gobierno contabilizó un ingreso por la renta petrolera de 724 mil millones de pesos, cifra 37% menor a un año atrás.
A la disminución del gasto público por las razones que ya que comentamos, hay que agregar la que se deriva del aumento real de la deuda pública mexicana (que se paga puntualmente disminuyendo los gastos para los más necesitados) deuda que se ha hecho más grande por: a) el incremento mundial de las tasas de interés ocasionado por la disposición reciente de la Reserva Federal de Estados Unidos, es decir, por los poderosos prestamistas norteamericanos que no se resignaron a seguir ganando lo que consideraron muy poco por el préstamo de sus capitales y, b) por el aumento en el precio del dólar, ya que sólo por este cambio, números más, números menos, ahora nuestro país, adeuda un 32 por cientomás que el año pasado. Todo ello pesará sobre los recursos de los que el pueblo de México podrá disponer para mejorar un poco su calidad de vida.
En contrapartida, se argumenta que no subirá el IVA y que ya bajó la gasolina y la energía eléctrica. Pero, en cuanto al aumento del IVA hay que decir que si bien es cierto que el impuesto no sufre cambios, no puede ignorarse que se está llevando a cabo una amplia gama de aumentos en una gran variedad de pagos y servicios gubernamentales tales como las novísimas fotomultas, los reemplacamientos innecesarios, los refrendos caprichosos y, en general, en los servicios gubernamentales y hasta en las actas de nacimiento. O sea, sí hay nuevos impuestos con seudónimo que van a reducir más aún los ya exiguos ingresos de la clase trabajadora e incrementar sensiblemente la corrupción. En cuanto a las reducciones en el precio de la gasolina y la electricidad, cabe decir que la sensación popular es que son tan pequeños que resultan más útiles como instrumento de propaganda que de cambios sensibles en favor de los ingresos reales de la clase trabajadora. Año duro, pues, nuevamente duro para los millones de trabajadores mexicanos. Habrá que enfrentarlo con más organización y más lucha.