Por Abel Pérez Zamorano
TIJUANA B.C.-Desde el pasado 10 de marzo empezaron a conocerse hechos que revelan la atroz situación de los jornaleros agrícolas, primero en Baja California Sur, donde fueron rescatados 167 tarahumaras que trabajaban y vivían en condiciones verdaderamente deplorables. Cuando se les ofreció regresarlos a su lugar de origen, algunos se resistieron: tanta es la miseria en que allá viven. Revela esto que el problema es sistémico, y que implica a los campos agrícolas, sí, pero sus raíces más profundas están en la falta de desarrollo de las regiones de origen de los jornaleros; la bárbara acumulación de la riqueza deja en la miseria a millones de campesinos pobres que apenas si sobreviven cultivando minúsculas parcelas económicamente inviables y que son finalmente empujados por su miseria a emigrar y someterse a un régimen laboral infrahumano. Después de Baja California Sur explotó la situación de los jornaleros del Valle de San Quintín, al sur de Ensenada: siete mil de ellos han venido protestando en reclamo de mejores condiciones de trabajo, como ocurrió el día 17 de marzo; en horas de la madrugada siguiente fueron desalojados por la fuerza pública, con un saldo de 200 detenidos; el 24 de abril volvieron a protestar, con igual tratamiento. Sus demandas constituyen en sí mismas una denuncia de las condiciones infrahumanas en que viven, y muestran no un capitalismo “civilizado”, sino algo más parecido al régimen laboral del siglo XIX victoriano, o el de la explotación henequenera en Yucatán, que hizo la prosperidad de la casta divina. Aparte de un salario digno, piden ¡que la jornada laboral no sea de doce horas, sino de ocho!; afiliación al Seguro Social, como todo trabajador; respeto al domingo como día de descanso, y castigo al abuso sexual contra las mujeres jornaleras. ¿A esto se llama capitalismo moderno y con rostro humano? ¿Así se aplica aquello de que en México nadie está por encima de la ley?
La emigración de oaxaqueños a San Quintín no es algo reciente. Floreció desde la década de los sesenta, atraída como fuente de mano de obra barata para sostener la próspera agricultura de exportación intensiva en trabajo. En el año 2000, la población de San Quintín sumaba 74 mil 727 personas; para 2005, 61.3 por ciento habían nacido en Oaxaca y 34.6 en Guerrero; 20 por ciento de los trabajadores habla una lengua indígena, principalmente mixteco, triqui y zapoteco (Laura Velasco Ortiz, El Colegio de la Frontera Norte). La autora agrega que el trabajo agrícola está destinado a los inmigrantes indígenas, mientras que los nativos se ocupan en la industria y los servicios.
San Quintín es el valle agrícola más importante de Baja California. Según Jorge Lara, especialista de FIRA (El Economista, 6 de mayo de 2014), en 2014 el estado ocupó el quinto lugar por el valor de sus exportaciones agroalimentarias (800 millones de dólares), destacando San Quintín en producción de fresa y frambuesa: en 2013, Ensenada produjo el 47 y 43 por ciento nacional, respectivamente, de ambos cultivos. Toda esa riqueza es producida por un ejército de jornaleros agrícolas: para cultivar fresa se requieren, por ciclo agrícola entre 460 y 1,100 trabajadores por hectárea, según el sistema tecnológico aplicado; sin embargo, 46 por ciento de quienes hacen posible esa bonanza reciben por jornadas de diez horas menos de dos minisalarios, y el 60 por ciento no goza de prestaciones laborales. En el estado laboran en total 70 mil trabajadores agropecuarios (permanentes y temporales), pero el IMSS sólo tiene registrados a 10 mil (ENOE); los restantes 60 mil no tienen ninguna cobertura en seguridad social. San Quintín es la región del estado con los más altos niveles de pobreza extrema (INEGI); de gran riqueza y extrema pobreza a la vez, en un insultante contraste. El 90 por ciento de los jornaleros no cuentan con un contrato laboral que salvaguarde sus derechos; las mujeres no gozan de incapacidad por gravidez. Los hombres trabajan 57 horas a la semana y las mujeres, 65. No disponen de accesorios como mascarillas ni lentes protectores contra los pesticidas que aplican, y son víctimas de múltiples padecimientos asociados a su situación; según el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático, los más frecuentes son: insolación, 64.5 por ciento, y contacto con productos tóxicos, 25.7; enfermedades respiratorias, 45.3 por ciento, de la piel 41.3, gastrointestinales 29.7, de los ojos 25.6. A esto se agrega el alto número de niños trabajadores, privados de educación y de la vida infantil, de descanso, juegos y desarrollo corporal y espiritual. Veinte por ciento de los jornaleros agrícolas son menores de 18 años. En San Quintín una tercera parte de los jornaleros y sus familias habitan en campamentos, y dos tercios en colonias de precaristas, carentes de servicios. Pero lo aquí narrado no es privativo de este valle. En todo el país se estima en 2 millones el número de jornaleros laborando en similares condiciones (FIOB, citada por el antropólogo Guillermo Castillo Ramírez, 12 de abril de 2015). Según la Red de Jornaleros Internos, con datos de INEGI, 80 por ciento de los jornaleros no pueden acudir al médico en caso de enfermedad, y si faltan al trabajo para curarse, no se les paga el día. En Sonora algunos han muerto fuera de hospitales, en espera de atención médica.
San Quintín exhibe la complicidad entre las autoridades del trabajo, federales y estatales, que no mueven un dedo para proteger a los jornaleros, a las mujeres y niños trabajadores; pone de relieve que la Constitución y la Ley Federal del Trabajo son letra muerta; más bien domina la ley del más fuerte. Deja ver asimismo la complicidad del gobierno con los empresarios agrícolas, uno de los cuales ha ocupado la cartera de agricultura en el gobierno estatal. Muy bien que se genere tanta riqueza en la agricultura en ésta y todas las regiones, pero no a ese costo social. Esto no es progreso ni modernidad, sino una forma primitiva de arrancar plusvalía. El México bárbaro mezclado con el modelo neoliberal basado en las exportaciones.
Pero, aunque muchos “comentaristas” pretenden convencernos de que San Quintín es un fenómeno extraordinario, un caso atípico, la verdad es que hay muchos san Quintines; éste es sólo una muestra de un modelo de desarrollo socialmente depredador, orientado a las exportaciones y cuya competitividad tiene por base, de un lado, la explotación más inhumana en las regiones de agricultura comercial, y, por otro, un desarrollo económico desigual del México rural, entre zonas de agricultura próspera y otras lastimosamente atrasadas en el sur y el sureste, e incluso en el norte mismo. Consecuentemente, la tragedia social de San Quintín, por ser de carácter sistémico, no se resolverá con policías y ejército, sino atendiendo las carencias de los jornaleros. Los desalojos y las detenciones sólo echan gasolina al fuego. Una verdadera solución implica también atender los ancestrales rezagos en desarrollo económico y social en los lugares de origen de los jornaleros, seguramente un infierno igual o peor que el de San Quintín; por algo salieron de allá.
Tijuana, Baja California, a 14 de mayo de 2015